sábado, 28 de julio de 2012

la lluvia

V
nunca di demasiado crédito al aura de las cosas o a las energías que manan de la tierra y los seres vivos. en cuestiones extrasensoriales siempre he sido bastante corto de vista, condición que se somatiza en una incipiente miopía ocular que oculto tras cristales rayados. aquella misma sala que había fallado en impresionarme cuando nos conocimos, mostraba su verdadero olor, el olor a fierro y óxido. ese efluvio de las moscas carroñeras que beben hasta regurgitar, el de la sangre.

al entrar, llevaba conmigo unas radiografías, una historia del paciente y algunas hojas que se antojaban más a códigos de programación que a resultados médicos. Vargas me las quitó de la mano como el truco de sacar el mantel de la mesa sin tirar la vajilla. sentí ganas de aplaudir al prestidigitador. se los entregó al cirujano más cercano, quien rápidamente explicó los tres sencillos procesos que le permitirían desentenderse del caso. arrancó con una pregunta.

- ¿ya lo vio el neurocirujano? él debe verlo primero para descartar daño cerebral. luego tienen (alguien) que suturarle la cabeza, después de corroborar que no haya fractura. por último es necesario que transcurra suficiente tiempo como para que mi turno termine y pueda irme al carajo.

esta última parte la inferí de una rápida mirada a su reloj y una sonrisa reprimida al nacer. antes de poder preguntar dónde quedaba, me señaló el buró de neurocirugía. un espacio de dos metros por tres, ubicado en la esquina suroccidental de la sala, en donde se encontraba un escritorio desierto. ofrecí mi suéter, pero papá rehusó vestirlo. quizás en un arranque de lucidez, se resignó a ser víctima de sí mismo, pero nunca de la moda. ¿y el doctor? más que una respuesta, lo que salió de su boca fue una profundísima reflexión acerca del existencialismo: "si no está ahí, no sé".

arrastrando la camilla Vargas, empujándola yo, nos acercamos a la esquina en donde debíamos esperar al galeno. realicé las típicas preguntas del caso: que si, señora, lleva mucho esperando, que si no le han dicho nada, que si en cuánto tiempo, más o menos, que si a dónde se metió Morillo. "dijo que iba a dar una vuelta ver si encontraba al médico", mintió en voz alta Vargas. luego, en voz bajísima, me advirtió que la preocupación por un familiar o allegado, puede volver a una mujer soltera (o pronta a serlo) blanco fácil para un paramédico con la correcta proporción entre altura y peso, eso que llaman atlético. "la labia es obligatoria, aunque hay unas que vienen para acá a ver qué pescan", me confesó.

mi batería había engrosado la lista histórica de fallecidos en aquella sala de emergencias. sin último suspiro, sin despedida triunfal, simplemente exhaló su último electrón y murió. el teléfono, como los cuerpos sin corazón, se apagó y con él mi contacto con el exterior. por enésima ocasión, papá hizo un esfuerzo terrible por incorporarse y casi lo logra. al colocar mi mano sobre el hombro derecho para evitar su victoria, me vio como si de alguna manera yo disfrutase aniquilando su hombría un intento a la vez.

palabras consonantes siguieron a aquella mirada de violento desprecio. me observó y preguntó cuál era mi motivación. no capté bien, pero algo entendí. así como hacen los imbéciles, contesté con preguntas:

- ¿cuál motivación? ¿que por qué estoy aquí?
- ajá, ésa, exactamente, es la pregunta, que esto, que lo otro.
- porque tú eres mi papá - dije sin mucha convicción.
- ah, tu papá. ¿siempre?

hice un gesto de fastidio y no contesté. "ésa, exactamente, es la pregunta", sentenció. supuse, tras minutos de análisis, que sí, que siempre. que aunque no lo soportase, lo quería y que por eso me mantenía a su lado en lugar de volver a casa. si me preguntan, una conclusión bastante autoindulgente de mi parte. seguramente algún fin oculto tendría y ésta debía ser mi manera de vengarme de él, de restregarle en la cara que no somos iguales. no lo sé. eran Pedro y las circunstancias contra mí.

Vargas se había esfumado sin dejar rastro. su cara de pared blanca, normal, no memorable y su andar sin señas particulares, a no ser por su vocación de socorrista, habrían hecho de él el ninja perfecto. sin avisar, con total eficacia, desapareció después de haberse matado de aburrimiento. ¿éramos, entonces, Pedro y yo contra las ciscunstancias? tampoco supe. no me importó establecer localías en un partido que claramente jugaba de visitante, en inferioridad numérica y con un espíritu fatigado.

papá no facilitaba nada nunca y ahora no sería el momento de comenzar. repetía hasta el cansancio, mi cansancio, que se quería ir y preguntaba por su bermuda, el regalo de Sofía y Juan Andrés. le respondí decenas de veces que estaba mojado, que lo dejáramos un rato a ver si se secaba. nada. trataba de quitarse el catéter de la vejiga y algo de orine me salpicó. la camilla se zarandeaba como el statu quo al ritmo reaccionario del punk inglés de los 70's. la puta que lo parió. en algún compás, no me queda claro en cuál, descubrí que mi espíritu no estaba fatigado, sino hecho de vidrio y se rompió.

logré resucitar por segundos el teléfono y llamé a Iván. necesitaba un respiro. con las palabras "por favor" le ordené que mintiera, que acosara, que hiciera lo necesario y lo imposible por entrar. él, que siempre ha tenido facilidad para encontrar la grieta en la piedra, logró sortear al guardia de la puerta. salí del cuarto y con la excusa de los paramédicos perdidos, recorrí el hospital buscando aire. con la boca seca y una sed bestial, sólo encontré agua y la estaba derramando por los ojos.

jueves, 26 de julio de 2012

la lluvia

IV
estando en aquel bunker salido de las entrañas de la guerra fría, conocido como el sótano 3 del hospital miguel pérez carreño, me llamó Manuelito. los bomberos me preguntaron asombrados si tenía señal. asentí sin prestarles mucha atención. como hermano mayor, Manuelito debía estar al tanto de los pormenores del caso, sobre todo después de haber sido informado por mamá con datos desordenados y poco claros. en realidad ni yo sabía exactamente qué hacía allí. no tenía idea de cuándo ni cómo, exactamente, mi sábado de reencuentro con amigos y de mojarme en la lluvia como hacía cuando niño, se había convertido en una versión libre de la divina comedia. si dante era guiado por virgilio y su razón, a mí beatríz (la fe) me llevaba a empellones, un paso a la vez.

caminé tras la camilla como quien va tras un camión de mangos, pendiente por si algo cae. al llegar al ascensor quise adelantarme y apretar el botón de llamada, pero la pintura pelada de la puerta me hizo advertir que éste era uno de esos modernos elevadores activados por comando de voz y el toque de una monedita sobre el metal de la compuerta. tac-tac-tac-tac, "¡sótano tres con camilla!", gritó Morillo, casi pegando la cara a la rendija. tac-tac-tac-tac. la acción se repitió unas cuatro o cinco veces más. se abrió el ascensor. como era de esperase, venía lleno. inexplicablemente nadie se bajó.

aproveché la parada para examinar mejor al viejo. rapidito, de reojo, furtivo como quien mira un eclipse o a una persona con bocio. en él no logré detallar nada fuera de lo común, excepto por la fina película roja que lo envolvía. estaba bañado en su tinta. calculé como un experto la cantidad de líquido al rededor y me dije que talvez medio litro pudiera haber sido suficiente para obtener aquel grotesco acabado de raspones y sangre seca. Morillo atajó mi mirada y dijo "perdió bastante sangre por la herida de la cabeza. mírame las botas". observé, cerca del pie derecho de papá, un collarín estabilizador que parecía haber sido sumergido en un bowl de fruit punch. pregunté a los paramédicos si con tanta sangre, se deshacían de él.

- no, eso vale mucha plata. lo lavamos con agua hirviendo y bastante cloro. es un peo porque uno termina ahogado. ¿te acuerdas - pregunta a Vargas - del ataque de asma que le dio a (inserte usted acá el nombre que no recuerdo) la otra vez? fue heavy.

ya la espera cumplía quince minutos de edad.

como esos adorables pequeñines que crecen en un abrir y cerrar de ojos para mutar en adolescentes malos e insoportables, los segundos se habían transformado en inmensas y pesadas fracciones de hora. me pregunté si alguien, alguna vez, habría muerto esperando aquel ascensor, suponiendo la respuesta. papá ya no cantaba. en lugar de notas, exhalaba efluvios gástricos y alcohol en spray.  hacía preguntas ininteligibles aderezadas con un "¿es o no es?". "es", le respondí siempre. apreté firmemente su antebrazo, sin saber por qué.

no sé si estuve expuesto a él lo suficiente o si comenzaba a recobrar de algún modo el sentido, pero después de un rato las habladurías del viejo empezaron a tener formas más discernibles. al tiempo que decía que se quería ir, sus movimientos en la camilla se hacían más violentos y repetitivos. fue allí cuando noté que no dejaba de tomarse el hombro derecho, el cual palpaba como si algo le molestase o simplemente quisiera comprobar que aún lo traía puesto. intentó incorporarse pero lo detuve colocando mi mano en su pecho. quédate tranquilo que hay que esperar el ascensor. ya nos vamos. su cara era un limón siendo exprimido. algo le dolía y ni él atinaba a saber qué era. el elevador abrió sus fauces y una otrora reina del barrio se derramaba sobre un taburete.

- ¿a qué piso?
- negra bella - mintió Vargas - vamos al piso uno.

ella sonrió mostrando el chicle entre los dientes.

al abordar aquella caja oscura comprobé que estaba diseñada para albergar, además de la ascensorista, una camilla y tres adultos con el abdomen contraído. un reguetón de marca y modelo genéricos, era provisto por un blackberry enfundado en rosa, propiedad de la mujerona. a pesar del, o quizás gracias al hilo musical, aquel estatismo me sumió en un sopor indeciso y flojo, del que duerme pero no tumba los párpados. ese que papá siempre describió como "un aguevoniamiento muy arrecho". era un sopor escandinavo. el que mata a la gente que se aburre tranquila mientras muere de frío.

salimos del ascensor en lo que juraría era el mismo sótano. una hoja blanca pegada a la pared con  el número uno escrito con premura y bolígrafo azul, me demostraron lo contrario. los bomberos acarrearon la camilla por pasillos infinitos hasta que llegamos a una especie de patio central. la lluvia rezagada venía a morir estrellada en el cemento como en aquella historia hacían las gaviotas en el mar.

dicen que el momento más oscuro de la noche es justo antes del amanecer. mienten. al atravesar el hall de la entrada principal de aquel hospital. pude constatar que hasta la luna había huido de los ventanales para escapar de tanta oscuridad. tres mujeres jóvenes, en cierta medida atractivas, ofrecieron algo a mis acompañantes. Vargas y Morillo, sin aminorar la marcha, sonrieron y prometieron un tal después. no supe qué sacar de todo aquello. no me importó. al llegar hasta emergencias, la sala a donde casi una hora atrás había llegado en busca de un pariente o más bien, una esperanza, noté que las paredes eran diferentes, la gente actuaba distinto. algo en aquella habitación había cambiado terriblemente.

V

lunes, 23 de julio de 2012

la lluvia

III
- ¿y si no está en el pérez carreño? 
- vamos al vargas
- ¿y si no?
- vamos a el llanito
- ¿y si en el llanito...?

la cara de Iván era la del que no quiere mencionar en voz alta que a los accidentados que llegan muertos no se les recibe en ningún hospital. ninguno de los dos quiso pensar en bello monte, pero al menos yo lo hice. a 100 kilómetros por hora, dejamos atrás la valle-colle para enrumbar hacia los túneles por una muy despejada autopista. al salir del túnel, el aire lucía colores pasteles retrovertiginosos colisionando con cien tonos violetas que advertían una noche larga y oscura. esos colores que tantos likes ganarían si yo tuviese un smartphone para subir a instagram esa hermosa foto recién tomada. la resaca de la lluvia sólo agregaba majestuosidad a la visión.

al llegar al distribuidor la araña, el cartel anunciaba la vega-antímano-caricuao. reconocí la vía. pensé en Ella. mierda. mil veces mierda. el tránsito aminoró su marca y con él, nosotros. sonó mi teléfono por enésima vez, era Mary. le expliqué que todo era incierto, pero que necesitaba que se mantuviera tranquila. me fue fácil decirlo. prometí mantenerla al tanto de todo y creo que aún se mantenía en línea cuando colgué. reconocí nuevamente la ruta. 

éste a la derecha es el estacionamiento de metrobuses de la estación la paz. esa salida que ves ahí como a treinta metros te llevará hacia la avenida san martín. luego, si no hay fiscales, puedes dar la vuelta en u donde está el kfc, me dije cual gps full de tecnología, y de allí es fácil llegar a su casa. nunca más volveré allí. nunca más volveré a verla, recordé. mierda, chamo. mil veces mierda.

Cuando estaba a punto de cuestionarle a Iván por qué no había tomado la salida para ir a casa de Ella, me respondió intuyendo otra pregunta: "por ahí llegamos, pero es un vueltón. la entrada al pérez carreño está más adelante". asentí. "esta vaina está oscurísima - me dijo - yo no sé bien por dónde es". nos detuvimos a pocos metros en un módulo de la policía nacional y preguntamos. el oficial fuera de forma, con la derecha en la pistola, nos señaló en dirección oeste y nos dijo que siguiésemos a esa ambulancia que justo iba pasando a toda velocidad.

al margen derecho de la autopista francisco fajardo, nos encontrábamos serpenteando por un camino negro y angosto que no existía en ningún mapa. algo más parecido al piso siete y medio de being john malkovich que a una arteria vial. la noche había llegado y no habíamos reparado en ello. con fe, más que con determinación conseguimos dar con la entrada del hospital que nos recibía con un inmenso cartel que parecía más de abasto que de emergencias. EMERGENCIAS, así, grandote, en rojo y sin lucecitas ni adornitos. emergencias, una palabra que siempre asocié con un ataque de asma a media noche, o el terrible alarido de un obrero que recién acababa de perder un dedo a martillazos. cositas así. 

al llegar nadie gritaba. algunos compartían una botella de ron, otros amortiguaban con un refresco y la especialidad del perrocalentero de turno. "hacemos igual. yo me bajo y tú ve dónde estacionas", le dije al piloto.

en la entrada me recibió un mastodonte, un mamotreto de carne y hueso, un guardia nacional. el moreno me inspeccionó de arriba a abajo y me preguntó que para dónde se dirige usté; que a quién buscas tú; que a qué hora vino el muerto, bueno, el herido, pues; que si usted es familiar; que pase rápido; que la cosa es en la primera puerta a la derecha y que dale, pues. 

al entrar, la sala de emergencias no era nada impresionante. enfermos, familia y un puesto de enfermeros, en su mayoría llenos de antipatía y ganas de partir. tras escuchar las primeras reclamaciones de familiares, casi ninguna con razón que las sustentase, no los culpé en lo absoluto.

uno de ellos, blanco impecable, me dijo que nadie con esa descripción había ingresado a emergencias y que preguntara por ahí. que por el nombre no lo iba a ubicar y me deseó buena suerte. "ojalá y lo consiga", me dijo cuando le di la espalda.

el hospital miguel pérez carreño es enorme. y uno sólo se da cuenta luego de vagar por sus pasillos buscando a alguien que, a ciencia cierta no sabes si está vivo, muerto o si está en el edificio. una maraña de pasillos derramados desde la bolsa de un descuidado arquitecto guardaban el camino a la bóveda en dónde mantenían a papá. tras varias pesquisas entre agentes de seguridad, policías y alguna enfermera apurada, supe que un adulto mayor había entrado hacían 45 minutos y se encontraba en rayos x siendo examinado. 

luego de pedir las respectivas direcciones, me dirigí a la sala de rayos x que se encontraba en el sótano 3 del edificio. atravesé la penumbra de las escaleras intuyendo apenas la ubicación de los escalones. al llegar al subnivel, todo parecía igual sin importar a donde mirase. paredes y pisos forrados en cerámica blanca, a excepción de una franja de baldosas azules a nivel del pecho. sus texturas, aunadas a la mala iluminación del lugar, daban la sensación de suciedad. caminé en círculos por tres, cinco, doscientos minutos. nada. estaba tan perdido en aquel lugar como el sistema de salud en venezuela. al volver la vista sobre mis pasos, me vi totalmente solo. alguna escena editada de una película de suspenso se había perdido en el sótano 3 del hospital pérez carreño.

atravesé la única habitación sin puertas: era una sala de rayos x y, por lo que supuse, no estaría muy lejos de encontrar a papá. al otro lado, a la izquierda, otra puerta. esta vez entreabierta. toqué suavemente mientras la empujaba. un hombre grande, de complexión gruesa, embutido en un mono quirúrgico verde daba las instrucciones en voz alta, como harto de repetirlas: "pero no bajes los brazos, pedro. mantenlos arriba que ya vamos a terminar". el doctor sostenía una máquina de ultrasonidos sobre el vientre de mi padre.  terminé de entrar y me identifiqué. Vargas y Morillo me esperaban sentados. pregunté cómo se encontraba el hombre, a lo que Vargas cerró el puño con el pulgar extendido y lo acercó a la boca repetidas veces, como imitando una botella. 

Vargas salió conmigo y me explicó lo que había ocurrido hasta el momento, me puso al corriente de las condiciones del adulto mayor y de la pertinencia del eco para descartar lesiones internas. me mostré agradecido por la información. Vargas aprovechó y me pidió que lo salvara con algo. me hubiese mostrado ofendido, pero mi instinto me ordenó analizar el panorama: no se trataba de un fiscal de tránsito o agente de seguridad que me pedía vacuna. se trataba del hombre que probablemente había salvado la vida de mi padre. su sueldo no debe ser de los más altos del continente, ni siquiera de su barrio. "50 lucas. ese es mi capital" y le extendí un billete.

entramos nuevamente a la sala. allí estaba mi padre, orgullo de mi abuelo, deleitando a los presentes con una serenata, a todo lo que le daba la voz en su ronquera. y si algo tiene el viejo es que para escoger boleros, tiene un tacto increíble.

regálame esta noche de Roberto Cantoral, fue la elección.
 
no quiero que te vayas, la noche está muy fría
abrígame en tus brazos hasta que vuelva el día
tu almohada está impaciente de acariciar tu cara
talvez te dé un consejo, talvez no diga nada
mañana muy temprano platicarás conmigo
y si estás decidida a abandonar el nido
entonces será en vano tratar de detenerte
regálame esta noche, retrásame la muerte.

mañana muy temprano platicarás conmigo
y si estás decidida a abandonar el nido
entonces será en vano tratar de detenerte
regálame esta noche, retrásame la muerte


la lluvia


II
justo cuando me disponía a abandonar la casa para ir en metro al hospital, me llamó mi cuñado para avisarme que él me pasaría buscando. en principio no entendí por qué, pero recordé que apenas había colgado la llamada de la señora Margarita, llamé a mi hermana para informarle. entre lágrimas, Mary se volvió mierda. siempre lo hace. decidí sentarme a esperar a Iván.

al llegar, nos saludamos como si fuésemos al centro a comprar hilo de coser, cualquier vaina. el resto del camino nos iríamos en silencio, o eso hubiera preferido yo. apenas tres minutos dentro de la camioneta fueron los que aguantó callado y preguntó: "flaco, échame el cuento bien, ¿cómo fue el peo?". respondí con lo poco que tenía. él hizo unas tres o cuatro preguntas más, yo contesté como un ministro escondiendo los índices inflacionarios: sin muchos datos. "mira, nos reservaron un puestico - bromeé - párate ahí mientras me bajo y pregunto".

me acerqué a la puerta de emergencias, en donde me esperaba sentada una mujer entrenada y curtida en el arte de hacer de cada pregunta ajena, una ofensa contra la que debía responder de mala gana. inquirí por un señor mayor que responde al nombre de tal y que seguramente traía una herida en la cabeza. "aquí no han traído a nadie", escupió con violencia mientras salía una enfermera a quién decidí trasladar la duda.

entre ellas hablaron un rato, hacían memoria y calculaban. sin ningún interés en el proceso por el cual llegarían a la respuesta, desvié la mirada al suelo. estaba parado en un pequeño charco de sangre fresca, de no más de quince centímetros de circunferencia. esta vaina es de papá, pensé, mientras me hacía a un lado. "debe ser el arrollado", dijo la enfermera, a lo que la portera reaccionó. "anda y habla con los de seguridad para que pases por aquella puerta de allá". fui, hablé. me pelotearon un rato antes de dejarme entrar.

- pasas, dos izquierdas y ahí preguntas por el paciente
- gracias

al entrar, las dos izquierdas se transformaron en dos derechas, una izquierda, tres preguntas, dos reversas, otra izquierda, un paseo y tres esonoejaquí. aplaudí con media mueca la organización y el desparpajo del venezolano que no sabe dónde están las cosas que tiene al lado. llegué. pregunté por un arrollado, un señor mayor que responde al nombre de tal. un camillero abrió los párpados, como buscando impresionarme con la blancura de sus globos oculares.

- berro, hermano, ese señor vino con los bomberos, pero lo devolvimos.
- ¿cuáles bomberos?
- no sé cuáles, camarita.
- ¿por qué lo devolvieron, estaba muy mal?
- y la cosa es que acá no hay ni pa' rayos x.
- ¿estaba muy mal?
- y bueno, acá no hay ni gaza. entonces lo mandaron para otro hospital.
-¿por casualidad sabrá cuál, hermano?
- desconozco, mi pana

algo me olió raro. nunca supe si fue aquella mezcla de cloro y septicemia con que coleteaban el piso o el hecho de nadie supiese el nombre de aquel herido. aún cuando todos parecían alarmados por su estado, o por lo que recordaban de él en su fugaz paso por el sanatorio, nadie sabía nada. de vuelta en la camioneta, le informé a Iván que la cosa no era allí y que no tenía idea de dónde.

¿cuál es el más cercano? ¿vamos al hospital de coche? vamos. la ronda de preguntas y repreguntas minuciosas se reanudó. nuevamente me puse mi paltó de ministerio. no tenía mucha idea de nada pero un incipiente susto en el pecho comenzaba a achicarme la franela. en coche no sabían nada de él. revisaron carpeticas, listas. nada. un guardia nacional me dijo que a los que rebotan  del clínico, los mandan para el pérez carreño. ¿sabe dónde queda, joven? asentí con la cabeza y con los ojos dije "mierda".

en el camino no dejaba de pensar en aquel charco de sangre que me miraba desde el suelo. si bien toda sangre es roja, algo en aquella mancha, me pareció familiar. la ausencia de burbujas, la quietud de su tensión superficial y esa tozudez con se negaba a coagular me recordaron a papá viendo tele, empozado en su poltrona reclinable.

domingo, 22 de julio de 2012

la lluvia


papá fue encontrado en varios lugares, varias versiones. ubicación sin esclarecer. aparentemente eso en lo que las memorias de los paramédicos sí parecen concordar, es que se encontraba cerca de casa. lo que parecía un lodazal, era un charco de sangre y baba. no saliva, baba, de esa espesa y agria que llena la garganta hasta desbordar las comisuras cuando se está deshidratado. ante la imposibilidad de pruebas de alcoholemia o análisis hematológicos, el olfato estableció un acertado juicio a priori: la víctima presentaba alta concentración de alcohol en la sangre. bajo el prodigioso palo de agua del 21 de julio de 2012, en caracas, encontraron a Pedro entre la calle y la acera, en una llana cuneta.

llevaba consigo una bolsa plástica de contenido indescifrable de donde manaba una extraña, oscura y viscosa bilis, como si ella también sangrase o se muriera de arrechera. al lado, un sobre de encomiendas con un número telefónico al que Vargas llamaría en los minutos sucesivos. entre él y Morillo, levantaron el peso muerto de 62 años, remojado en alcohol, y lo introdujeron a la ambulancia. cortaron su camisa, una chemise lacoste de esas que sus hijos le obsequiábamos como recuerdo de viajes a tierras lejanas, donde todo es baratísimo. la hicieron girones.

mientras Morillo activaba la coctelera y aceleraba, cortando la ciudad en dos, Vargas respiraba por la boca y chequeaba los signos vitales del adulto mayor. Pedro yacía en un estado de conciencia alterada mientras era requisado. alguien le revisaba los bolsillos en busca de documentos que lo identificasen y aquel hombre no sabía por qué. el bermuda tipo cargo, regalo de sus nietos, era la más pura inmundicia. "para abuelito, con amor, de sofia y juan andrés", decía la tarjeta de aquel cumpleaños.  su barba desprolija y el corte de cabello autoinflingido, dan cierta sensación de indigencia y abandono. pero esa camisa es cara. y ese tipo de sandalias no se las habré visto a mucha gente, pensaría el bombero.

tras controlar la situación, tomó el celular y llamó al número del paquete, observando que el código de área era de barquisimeto. al otro lado de la línea atendió alguien cuya indiferencia le hizo suponer que no se trataba de un familiar. tras la breve explicación de Vargas, barquisimeto llamó a caracas para comunicarle lo sucedido a una conocida de Pedro en la capital: la hija de la doctora Margarita, a quien iba destinada la encomienda.

Margarita es abogada, una bruja. nunca he visto su cara. desconozco su color de piel y su estatura, pero no sus intenciones. es de esas personas que gustan de ser citadas por su título. crujía los dientes cada vez que por teléfono yo la llamaba señora, no doctora. yo hacía lo mismo cuando ella me llamaba por mi nombre. ese Miguelángel que, salido de su boca, me produce arcadas.

ella, la señora Margarita, a quien mi padre hacía trabajos menores de reparación y otras diligencias para ocupar el tiempo y la mente tras su jubilación, y con quien había establecido cierta especie de relación amistoso-patronal, consiguió (talvez sin quererlo) enamorar a papá y alentarlo a que introdujese el divorcio, un trámite en el que ella le prestaría asistencia legal. el alegato sería el de las diferencias irreconcilliables. "ella es chavista, y los domingos se va y que a un retiro espiritual, pero yo sé que eso es una secta. no sé si mencioné que mi esposa es chavista". papá nunca fue un cobarde, pero jamás pudo entregar el documento a mamá.

- aló, buenas tardes. ¿con quién hablo?
- ¿con quién desea hablar?
- es la doctora Margarita ¿quién es? ¿miguelángel?
- ¿qué desea?
- es que me llamó mi hija, que la llamaron. que tu papá se cayó bajando de un autobús o algo así y se golpeó la cabeza y lo están llevando para el clínico universitario.
- ¿tiene alguna otra información?
- no. bueno sí. parece que iba tomado, llevaba un paquete para mi hija...

Nunca tuve intenciones de prolongar aquella conversación un segundo más de lo necesario. Interrumpí.

- muchas gracias. hasta luego.

aunque aquella fue una llamada que había estado esperando desde hacía mucho tiempo, el hecho de que el nexo entre Pedro y su familia fuese precisamente la mujer que trataba de romperlo, me descolocó un poco. me vestí deprisa pero sin alarma, mientras pensaba en ese hombre que vivía conmigo y con quien no hablaba en meses.

miércoles, 18 de julio de 2012

cuatro observaciones no graciosas y una más


querer:

es un artículo cuyo valor es directamente proporcional a su fragilidad

es ver televisión nacional. al final sabes que saldrás herido

es un piercing en la teta. es bello, pero bastante inútil

las personas son como los resultados: no basta sólo con quererlos

es agua hervida. al final puede saber bien o mal, pero te mantiene saludable

nota al lector: no deje de hidratarse

lunes, 16 de julio de 2012

sueños de trastorno / elegía cognitiva


insomnio es la soledad en pijamas,
es la solitud en mis horas más bajas
insomnio es certeza que apaga la tele
me abraza y me besa y se acuesta en mi cama

insomnio es el frío que arropa mi cara
y libre de culpas, me arroja una almohada
de piedra toda, filosa y dentada
insomnio es aroma de noches amargas

insomnio es el día que oscuro levanta
el eterno vestigio de noches más claras
insomnio es rocío en miradas lejanas
que miran con frío y me mojan la cara

insomnio es hastío. la asfixia y la calma
me abraza y me besa y se acuesta en mi cama

miércoles, 11 de julio de 2012

la voz de los perdedores

hace poco, ignoro cuánto tiempo, vio la luz un disco (el segundo) de un carajo al que vagamente reconozco como el bajista de los melancólicos anónimos. se llama pachi jiménez. no el disco, el autor. la obra, cuyo nombre bautiza también a este post, es de arte.probablemente quien se haya topado ya con este trabajo discográfico pudiera decir que es bueno, que es malo, que es regular o todo junto. esa gente no ha perdido.

1. la de los perdedores arranca con la experiencia como voz principal. esa conciencia maldita que le manotea en la cara al fracaso envalentonado en el cliché de volver a montarse en el caballo, ignorando que va a volver a caer. uno, que es un pobre guevón, no termina de dar crédito a esos paisajes tan grisáceos y conformistas. esos paisajes que nos vencen de a poco y a coñazos. y sin  más, uno se trauma y desea 2. buena suerte, que es el lamento del que pierde por dejar de luchar y se convence de que todo estará mejor. un loco irresponsable que ignora que libertad no es estar solo, sino con quien se quiere; que abandonar para hacer lo que nos da la gana es emancipación aventurera que luego cobra peaje y se vuelve sobrepeso en la aduana del recuerdo. "que te vaya bien", es una de las más grandes mentiras jamás dichas o, al menos, de las más dantescas verdades dichas a medias. el perdedor es rencoroso consigo mismo y por eso la mayor venganza contra su propia humanidad está en el deseo secreto de ver al objeto de su afecto pasando roncha y saboreando un trago amargo en versión "palo 'e músico". 3. ella y yo nos vamos es la voz del perdedor que triunfa sobre el perdedor que se derrota a sí mismo. triste tragicomedia que cada día vuelve a su 4. génesis. por el principio empieza todo final y en el mundo del perdedor, cuando intentas hacer el bien, te sale mal. ya sea que estés en parís o 5. en caracas, te lloverá. es allí donde la única y verdadera compañera del alma, la soledad, te abraza otra vez. 6. es fácil negarse y creerse un loco soñador. éste  es, quizás, el peor de los perdedores: el que no se reconoce como tal, el que pide oportunidades que sabe le están vetadas. no hay caso ni redención. 7.  igual, uno promete cambiar, promete permanecer igual, promete lo que no puede. "la tapa de la poceta voy a levantar cuando vaya a mear. tan solo no me falles". pero al final uno se da cuenta de que el 8. puente sobre aguas turbias se quebró y que los regresos son, si no imposibles, al menos imposibles. como buen perdedor, ya puedes dejar de luchar y te entregas al mar, a la nada, al 9. señor, tratando de redimir faltas, pecados ya vencidos. y ya el asco no da para más y te quieres ir a 10. tierras lejanas. acá ya no hay lugar para ti. tu derrota es muy grande y la isla se hunde. es hora de comenzar el éxodo a otros errores por cometer.


a riesgo de adentrarme en los abismos de la propaganda desmedida y la jaladera de bolas, esto es, en palabras, lo que me generan esas diez canciones. no quiero caer en ese terrible género de los que afirman que "el autor quiso decir tal o cuál cosa". nunca fallar se escuchó tan bien. el pachi lleva la voz. me reconozco como perdedor y esta es mi derrota.

éste es un disco para perder(se), pues encontrarse es cuestión de dos.