lunes, 23 de julio de 2012

la lluvia


II
justo cuando me disponía a abandonar la casa para ir en metro al hospital, me llamó mi cuñado para avisarme que él me pasaría buscando. en principio no entendí por qué, pero recordé que apenas había colgado la llamada de la señora Margarita, llamé a mi hermana para informarle. entre lágrimas, Mary se volvió mierda. siempre lo hace. decidí sentarme a esperar a Iván.

al llegar, nos saludamos como si fuésemos al centro a comprar hilo de coser, cualquier vaina. el resto del camino nos iríamos en silencio, o eso hubiera preferido yo. apenas tres minutos dentro de la camioneta fueron los que aguantó callado y preguntó: "flaco, échame el cuento bien, ¿cómo fue el peo?". respondí con lo poco que tenía. él hizo unas tres o cuatro preguntas más, yo contesté como un ministro escondiendo los índices inflacionarios: sin muchos datos. "mira, nos reservaron un puestico - bromeé - párate ahí mientras me bajo y pregunto".

me acerqué a la puerta de emergencias, en donde me esperaba sentada una mujer entrenada y curtida en el arte de hacer de cada pregunta ajena, una ofensa contra la que debía responder de mala gana. inquirí por un señor mayor que responde al nombre de tal y que seguramente traía una herida en la cabeza. "aquí no han traído a nadie", escupió con violencia mientras salía una enfermera a quién decidí trasladar la duda.

entre ellas hablaron un rato, hacían memoria y calculaban. sin ningún interés en el proceso por el cual llegarían a la respuesta, desvié la mirada al suelo. estaba parado en un pequeño charco de sangre fresca, de no más de quince centímetros de circunferencia. esta vaina es de papá, pensé, mientras me hacía a un lado. "debe ser el arrollado", dijo la enfermera, a lo que la portera reaccionó. "anda y habla con los de seguridad para que pases por aquella puerta de allá". fui, hablé. me pelotearon un rato antes de dejarme entrar.

- pasas, dos izquierdas y ahí preguntas por el paciente
- gracias

al entrar, las dos izquierdas se transformaron en dos derechas, una izquierda, tres preguntas, dos reversas, otra izquierda, un paseo y tres esonoejaquí. aplaudí con media mueca la organización y el desparpajo del venezolano que no sabe dónde están las cosas que tiene al lado. llegué. pregunté por un arrollado, un señor mayor que responde al nombre de tal. un camillero abrió los párpados, como buscando impresionarme con la blancura de sus globos oculares.

- berro, hermano, ese señor vino con los bomberos, pero lo devolvimos.
- ¿cuáles bomberos?
- no sé cuáles, camarita.
- ¿por qué lo devolvieron, estaba muy mal?
- y la cosa es que acá no hay ni pa' rayos x.
- ¿estaba muy mal?
- y bueno, acá no hay ni gaza. entonces lo mandaron para otro hospital.
-¿por casualidad sabrá cuál, hermano?
- desconozco, mi pana

algo me olió raro. nunca supe si fue aquella mezcla de cloro y septicemia con que coleteaban el piso o el hecho de nadie supiese el nombre de aquel herido. aún cuando todos parecían alarmados por su estado, o por lo que recordaban de él en su fugaz paso por el sanatorio, nadie sabía nada. de vuelta en la camioneta, le informé a Iván que la cosa no era allí y que no tenía idea de dónde.

¿cuál es el más cercano? ¿vamos al hospital de coche? vamos. la ronda de preguntas y repreguntas minuciosas se reanudó. nuevamente me puse mi paltó de ministerio. no tenía mucha idea de nada pero un incipiente susto en el pecho comenzaba a achicarme la franela. en coche no sabían nada de él. revisaron carpeticas, listas. nada. un guardia nacional me dijo que a los que rebotan  del clínico, los mandan para el pérez carreño. ¿sabe dónde queda, joven? asentí con la cabeza y con los ojos dije "mierda".

en el camino no dejaba de pensar en aquel charco de sangre que me miraba desde el suelo. si bien toda sangre es roja, algo en aquella mancha, me pareció familiar. la ausencia de burbujas, la quietud de su tensión superficial y esa tozudez con se negaba a coagular me recordaron a papá viendo tele, empozado en su poltrona reclinable.

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