sábado, 9 de marzo de 2013

después de la derrota


en venezuela se inventó la frase "le voy (le apuesto) al que esté ganando". y pasa que los que nunca, o casi nunca, simpatizamos con hugo chávez, nos acercamos a su velorio. en principio para cerciorarnos, pues como santo tomás, hay que ver. no sabemos bien para qué, pero hay que ver.

después cacareamos que hitos como éste son los que parten la historia en dos, que hay que estar presentes, pues la historia es de los hombres y mujeres de acción. luego nos acercamos más. con miedo, mucho miedo, nos mezclamos entre ellos (porque siempre han sido ellos, los otros) y decimos aleatoriamente consignas e izamos el puño socialista como bandera. utilizamos palabras como camarada, hermano y compatriota de manera alternativa para pasar desapercibidos. somos corderos a salvo entre leones, con dientes y garras de madera bien pulida.

y nos damos cuenta de que aquellos no son las bestias que nuestros corazones nos contaron. son una manada como la nuestra, pero de un animal distinto. que ruge, que mata, pero que es parte del mundo y su equilibrio. así, nos despojamos del temor, lo guindamos en la puerta y nos adentramos a conocer. y les preguntamos qué hacen allí, tras 12 horas, haciendo cola bajo el sol y nos maravillamos con la respuesta y nos sentimos iluminados, redimidos de ignorancia. nos estrellamos de plano contra el muro que construimos a nuestro alrededor. el haber mirado de lejos al otro es lo que posibilita hoy este fantástico baño de pueblo y realidad, que incluye al ama de casa, la doña del cafetal, al estudiante, al yuppie, al niní y al diputado.

y anhelamos lo que el otro tiene y decimos quiero ser tú. quiero ser ustedes, que son más y al mismo tiempo solo uno. son el misterio de la santísima multitud, que son uno y son millones. como granos de sal, nos diluimos en ese mar de gente y emoción. pedimos perdón, firmamos la adhesión. ya no gritamos para afuera sino hacia adentro: que esto lo gana el encargado por paliza, que yo, siendo el contrincante, ni me echase el viaje a la refriega. todo esto cuando nos damos cuenta de que la gente aplaude y llora, no al exitoso gerente y su sistema de gobierno, sino a un hombre que supo enamorarlos. y por amor comemos mierda, aguantamos palo y tragamos lágrimas. por amor nos abandonamos. por amor y la promesa de algo grandioso.

pero los de este gentilicio no nos medimos. cuando no ofrecemos de rodillas la boca abierta, matamos con la guadaña. bienvenido a mi país. te apuñalamos, te escupimos y nos meamos en tus restos. amar y odiar son bellas artes que con el tiempo hemos sabido perfeccionar.

así como muchos se rinden ante la máxima que reza (en capilla ardiente) que todo muerto es bueno, aparecen los destructores de todo, los odiadores de oficio, los inquisidores. gente que renuncia a sus sentidos y no acepta lo que escucha y ve, desestima la realidad palpable y sólo huele podredumbre. a esos les escucho decir que a la población le pagan para ir a hacer colas, llorar por 7 horas o más. que los llevan amenazados y que los obligan con balas. les escucho decir (y les doy la razón en este punto únicamente) que más que una despedida, es el opening de un nuevo show.

están los tontos que reniegan de lo propio, sólo para no compartirlo con el otro: que el joropo es de marginales, me dijeron. lerdos de acá y de allá comparan las exequias con un entierro en el barrio que, en lugar de maelo, tiene de fondo musical a una orquesta sinfónica desvirtuada de todo caché. me permito utilizar la palabra caché pues leí en estos días en prensa, en una divertidísima crónica de ficciones, que la gente todavía habla como en 1993, o algo así. digo tontos de acá y de allá, porque del lado de los amantes, también el sepelio del máximo líder es un funeral de barrio. en los entierros de mi pobre gente pobre, cuando se llora es que se siente de verdad. "es un maestro de la simbología - leí - ese gran hombre vino a morir a su tierra, en la pata de un barrio, el guarataro. vino a morir aquí, junto a su gente".

y pensé en lo estúpido que es hablar de simbología, siendo ella quien siempre habla de nosotros. sinceramente hubiese preferido que el presidente, en lugar de venir a morir, hubiese venido a vivir. no en la periferia de una zona barrial, sino en un área que abarcase todo, desde la orilla de la playa hasta lo más profundo del cajón araucano. un lugar que incluyese a todos en la misma vecindad. hubiera preferido lo que no ocurrió.

al volver de noche a casa, después de mi expedición infructuosa, abracé a mamá. compartimos un par de lágrimas y muchas emociones, tristeza más que todo. a la mañana siguiente, nos encontramos discutiendo acerca de la legitimidad de ciertos anuncios por parte del gobierno, que de por sí ya encuentro de alguna forma ilegítimo. ella dice cosas, reviro con otras. nos escuchamos hasta desoírnos y rendirnos momentáneamente con el otro. y le pido la bendición. ella conmina a dios a que me proteja, me guíe y me acompañe. entendemos que el respeto no es hacerse inferior al otro, sino entender que somos la misma vaina.

le doy un beso y digo amén.

jueves, 7 de marzo de 2013

la derrota

mientras escribo esto, que no sé qué es, un par de grifos abren paso a un escueto llanto, a un par de lágrimas que nunca llegan a caer. murió hugo chávez.

si me preguntan, no sé por qué siento ganas de llorar. con el pecho apretado dentro de un puño constrictor, me pregunto si se trata de pesar por el presente que se apaga, que transmuta en pasado o si se trata de miedo, de un cague muy arrecho por el futuro que ayer era una fina línea en el horizonte y hoy es una inmensidad bajo los pies. y aquí me encuentro. sin saber a dónde ir o qué hacer. ¿tengo miedo de lo que va a pasar o es que, contrario a lo que pudiera pensar, le tomé cierto cariño? no lo sé. pero sea cual sea la razón, vuelvo el rostro y miro atrás.

pienso en mi madre y me desmiento: unas cuantas líneas después, las lágrimas caen. corren, dejando un rastro que siguen otras lágrimas en centenares, millares, millones de ojos. otras lágrimas, todas mías, siguiendo a la primera. y eso es chávez. una lágrima frente a miles.

mamá es chavista. ella cree (aún en presente) en hugo rafael, el comandante presidente. ella recibió la noticia en casa. yo en la redacción. justo antes del anuncio comencé a marcar. cuando nicolás quebró su voz, finalmente llamé a mamá. cómo estás, le pregunté y tranquila fue su respuesta. se me fue, miguel. se me fue el presidente. quise consolarla, pero por alguna razón fue ella quien hizo de calmante. madre es madre y conoce la respiración agitada del crío. todo va a estar bien, creo que me dijo. que en algún lugar mejor estará y que donde sea que eso sea, tiene que ser entre el pecho y la espalda. me destrozó escucharla despedir a su amigo, hermano y amante durante los últimos 15 ó 16 años. con su ternura y su calma, mamá me volvió mierda y colgó.

nunca me sentí parte de esa parranda de pendejos que dice que chávez era, es y será nuestro padre. que con él todo y sin él nada. pero hoy, tras el definitivo e inequívoco anuncio de su fallecimiento, hugo chávez me deja huérfano de certezas. de aquí en más, no sé qué encontraré en la calle cuando salga a su encuentro, a trabajar, a echar pa'lante, a joder. rumores van, vienen y regresan a saquear, caos es la voz al otro lado del teléfono. tengo un amigo que es pana del tipo que sabe. y así van y vuelven las palabras que salen de la boca con un fusil bajo el brazo.

y me dicen que la muerte de un hombre no es la muerte de un pueblo, y les digo que mucho pueblo no está al tanto de ello. no pretendo compararlo con la lluvia, con el sol u otro hermoso ejemplo de cursilería, pero si un día te dicen que un color que usaste siempre no existe más, que esa chuchería está descontinuada, que vas a un lugar donde no habrá ni frío ni calor, que alguien que ha estado contigo la mitad de tu vida ya no es más, para bien o para mal, algo tuyo se va con él. te vas a la cama y amaneces con un ítem menos en el inventario. es jodido. y eso ocurre cuando el único pilar de un proceso, sobre el cual se erigió todo y más, desfallece y cede. cae y muere.

se fue un hombre que ganó todo en las urnas. el campeón invicto cuya más grande derrota somos nosotros. el país unido en un abrazo, de economía boyante y orgulloso de sí mismo; el país que fue un proyecto que no llegó a ver concluido, o siquiera encaminado; el país  que sólo existe en la pizarra. el pueblo que lo ama tanto como lo desprecia; el país en el que no sólo bonos que se disparan, sino también su gente. se dispara, se mata. se ahoga en bilis y reprobación ajena. gente que prohibe a sus hermanos llorar el mismo dolor. nosotros, su pueblo, su legado, su derrota.

se fue el presidente. deja hijos, nietos y una nutrida feligresía. el culto al hombre hoy se convierte en mito. el fin de chávez no es el fin de chávez. en el libro en que se escribe su leyenda, esta fecha es el epílogo: los dioses sangran.

sábado, 2 de marzo de 2013

retórica

- ¿será que la política nos va a matar? digo, no literalmente. me refiero como al alma, sabes. no quiero crecer sintiéndome resentida y amargada por un peo político.
- ¿y por qué te dio por pensar eso?
- no sé, pero es chimbo, pues.




hoy vi algo muy, muy feo viniendo a casa. carlos me trajo. agarramos la cota mil y la vía estaba totalmente despejada. el paseo fue una delicia. bajamos por la florida como siempre y luego atravesamos la andrés bello para llegar a la libertador, por la callecita cuyas aceras se reparten guardias nacionales y putas gordas. 


hablábamos de política, de lo jodido que anda todo y de cómo las calamidades se repiten a sí mismas como fractales. hablábamos de otro largo día en la oficina, del coordinador tal que es un torpe, del gerente cual que no sabe lo que hace y de nuestras pequeñas pero significativas venganzas contra el sistema: de cómo nos tomamos 15 ó quizás 30 minutos más de la hora de almuerzo, para disfrutar de una conversa (yo), un café (él) y un ponquecito (ella). ah, sí. eva también venía con nosotros.

seguimos avanzando hasta llegar a la pequeña zona transfor, donde las mujeres son hombres y los hombres son bestias. allí, cómo es costumbre, el semáforo y la curiosidad de los conductores, el clásico "yo no soy marico, pero mírale las tetas a esa bicha... o bicho, no sé. pero yo no soy marico", generó ese tráfico lento que, a medida que te acerca a casa, más se mueve como un elefante moribundo. 

habían tres carros entre nosotros y el semáforo que justo maduraba de verde a amarillo. vamos, muévans... demasiado tarde. rojo. en su larga agonía, el paquidermo finalmente se murió. fue allí cuando pasó lo que mil veces antes ocurrió y mil veces más volverá suceder. 

al lado, en el canal que sube en sentido contrario, mirando el camino que recién habíamos recorrido, se encontraba un buick negro. viejo, hecho mierda. estaba detenido y con el motor en marcha como si alguna transacción clandestina se estuviese llevando a cabo. nada muy fuera de lo común. en la butaca delantera de una sola pieza, logramos observar a un hombre gordo, moreno, vestido de blanco, sentado al lado del piloto. la nave ostentaba un cartel amarillento en el que se leía la palabra taxi. tanto el hombre gordo como el taxista miraban hacia adelante como ignorando a la extraña criatura forrada en escarcha y carmín de la acera.

de haber contado con un par de segundos más, quizás hubiese podido razonar que aquella negociación la dirigía un segundo pasajero desde el asiento trasero. pero antes de que pudiese llegar a la evidente conclusión, la puerta derecha trasera del buick se abrió dando a luz a un matón flaco, con el odio en los ojos y la violencia en las manos. 

en un salto casi felino, el flaco acorraló a aquel gladiador del sexo por encargo y lo agarró a coñazos. en su mano, un cuchillo imaginario se hundió dos, tres, cuarenta veces en el abdomen del travesti. un par de bofetones y algún rodillazo hicieron desplomar a la beldad. su elegante stiletto derecho, quizás el izquierdo, sucumbió al temblor de sus tobillos, arrastrando al abismo a aquella mujer de hombros anchos. de rodillas, y con la dignidad desparramada sobre el piso, aceptó cada una de las arremetidas del pie derecho del matón.

la dejó tomar aire y dos nuevos puntapies. la mujerona ya no gritaba, no podía. sin más fuerza ni dolor por entregar, fue despojada de su cartera, no sin antes ofrecer la resistencia de un alambre de cobre. el matón se alejó pero regresó a firmar orgulloso su obra. un par de coñazos después, subió al vehículo y tiró la puerta. en mi habitación del pánico, finalmente pude moverme, cerrar la boca y decir "mierda".



- ¿y qué hacía la gente? ¿alguien se paró?



los carajos arrancaron sin prisa, sin mirar atrás, dejando la urgencia para otra ocasión. ni yo, ni carlos, ni eva, nadie hizo nada. el semáforo cambió a verde y carlos aceleró. aún cuando nunca subió al carro, aquel varón de los tacones fue nuestro pasajero el resto del viaje. no hablo de las tres de la madrugada, de un desolado callejón en el rincón más inhóspito del oeste de la ciudad. eran las siete de la noche, en una concurrida calle, a escasos metros de plaza venezuela, de su tránsito peatonal y el rugido de sus carros. 

como nota aparte, más adelante, presenciamos la típica escena del carro que cambia de canal en una cola y el motorizado que le manotea el retrovisor por el imperdonable crimen de hacerle disminuir la velocidad. algo positivo, si lo hay, es que detrás de la serpiente (como leí en un libro de héctor torres), venía un hombre-en-moto. y digo hombre-en-moto y no motorizado, porque el primero es un ser humano que se transporta en un vehículo automotor de dos ruedas, mientras que el segundo es una república autónoma que fabrica su propia ley. es una fuerza indetenible de la naturaleza que destruye sin ofrecer más disculpas que las de un ciclón a los poblados que arrasa. luego de haber visto lo ocurrido, el hombre-en-moto se detuvo a colocar el espejo en su lugar. "gracias, chamo", dijo alguien. 

al mirar por el retrovisor aquel encuentro del travesti con puños desconocidos, me siento muy mal por no haber hecho un esfuerzo. por insignificante que pudiera parecer, un grito, una piedra, un cornetazo, hubieran podido corregir la situación. no lo sé. aún peor me siento al tener la certeza de lo que hubiese ocurrido de haber intentado algo estúpido. pero lo que me hace sentir realmente miserable, es que ese sentido de autopreservación ha terminado convirtiéndome en eso que dicen que es el hombre: un animal de costumbres. y así, me acostumbré a bajar la cabeza para que el matón no me extienda su cortesía. me acostumbré a no responder al ataque verbal de un oficial de la ley y el orden, a obedecer cuando el motorizado y su corneta me ordenan no cambiar de canal. a aceptar que esto se lo llevó quien lo trajo y que esto se cuenta y no se cree. me acostumbré a volver a casa para alejarme del lugar donde vivo. 



- entonces no, reina. no es la política. donde tú y yo vivimos, lo que nos mata el alma y la vida siempre ha sido y será el prójimo. y éste soy yo respondiendo a tu pregunta.
- gordo, la próxima hazte el güevón y no me contestes. ¿va? 
- va.

martes, 26 de febrero de 2013

epicentro

cada noche, al acostarme en mi cama, siento a caracas temblar. no sé si es ella, la ciudad, o yo, temeroso de los sueños que vendrán.

jueves, 14 de febrero de 2013

es una larga historia

el mar estaba quieto aquel día. lo observaba desde lo alto del muelle. se antojaba cálido, calmo, como si por mil segundos o mil años se hubiera detenido a contemplar el sol que calentaba y nutría sin quemar. ese mismo sol que saludaba desde arriba, pero con la humildad de quien se observa a sí mismo feliz, reflejado sobre aquel hermoso espejo de agua y sal. feliz. así como por un instante, tan sólo un instante, me descubrí a mí mismo en medio de todo aquello.




desearía no haber tenido zapatos de cemento