sábado, 2 de marzo de 2013

retórica

- ¿será que la política nos va a matar? digo, no literalmente. me refiero como al alma, sabes. no quiero crecer sintiéndome resentida y amargada por un peo político.
- ¿y por qué te dio por pensar eso?
- no sé, pero es chimbo, pues.




hoy vi algo muy, muy feo viniendo a casa. carlos me trajo. agarramos la cota mil y la vía estaba totalmente despejada. el paseo fue una delicia. bajamos por la florida como siempre y luego atravesamos la andrés bello para llegar a la libertador, por la callecita cuyas aceras se reparten guardias nacionales y putas gordas. 


hablábamos de política, de lo jodido que anda todo y de cómo las calamidades se repiten a sí mismas como fractales. hablábamos de otro largo día en la oficina, del coordinador tal que es un torpe, del gerente cual que no sabe lo que hace y de nuestras pequeñas pero significativas venganzas contra el sistema: de cómo nos tomamos 15 ó quizás 30 minutos más de la hora de almuerzo, para disfrutar de una conversa (yo), un café (él) y un ponquecito (ella). ah, sí. eva también venía con nosotros.

seguimos avanzando hasta llegar a la pequeña zona transfor, donde las mujeres son hombres y los hombres son bestias. allí, cómo es costumbre, el semáforo y la curiosidad de los conductores, el clásico "yo no soy marico, pero mírale las tetas a esa bicha... o bicho, no sé. pero yo no soy marico", generó ese tráfico lento que, a medida que te acerca a casa, más se mueve como un elefante moribundo. 

habían tres carros entre nosotros y el semáforo que justo maduraba de verde a amarillo. vamos, muévans... demasiado tarde. rojo. en su larga agonía, el paquidermo finalmente se murió. fue allí cuando pasó lo que mil veces antes ocurrió y mil veces más volverá suceder. 

al lado, en el canal que sube en sentido contrario, mirando el camino que recién habíamos recorrido, se encontraba un buick negro. viejo, hecho mierda. estaba detenido y con el motor en marcha como si alguna transacción clandestina se estuviese llevando a cabo. nada muy fuera de lo común. en la butaca delantera de una sola pieza, logramos observar a un hombre gordo, moreno, vestido de blanco, sentado al lado del piloto. la nave ostentaba un cartel amarillento en el que se leía la palabra taxi. tanto el hombre gordo como el taxista miraban hacia adelante como ignorando a la extraña criatura forrada en escarcha y carmín de la acera.

de haber contado con un par de segundos más, quizás hubiese podido razonar que aquella negociación la dirigía un segundo pasajero desde el asiento trasero. pero antes de que pudiese llegar a la evidente conclusión, la puerta derecha trasera del buick se abrió dando a luz a un matón flaco, con el odio en los ojos y la violencia en las manos. 

en un salto casi felino, el flaco acorraló a aquel gladiador del sexo por encargo y lo agarró a coñazos. en su mano, un cuchillo imaginario se hundió dos, tres, cuarenta veces en el abdomen del travesti. un par de bofetones y algún rodillazo hicieron desplomar a la beldad. su elegante stiletto derecho, quizás el izquierdo, sucumbió al temblor de sus tobillos, arrastrando al abismo a aquella mujer de hombros anchos. de rodillas, y con la dignidad desparramada sobre el piso, aceptó cada una de las arremetidas del pie derecho del matón.

la dejó tomar aire y dos nuevos puntapies. la mujerona ya no gritaba, no podía. sin más fuerza ni dolor por entregar, fue despojada de su cartera, no sin antes ofrecer la resistencia de un alambre de cobre. el matón se alejó pero regresó a firmar orgulloso su obra. un par de coñazos después, subió al vehículo y tiró la puerta. en mi habitación del pánico, finalmente pude moverme, cerrar la boca y decir "mierda".



- ¿y qué hacía la gente? ¿alguien se paró?



los carajos arrancaron sin prisa, sin mirar atrás, dejando la urgencia para otra ocasión. ni yo, ni carlos, ni eva, nadie hizo nada. el semáforo cambió a verde y carlos aceleró. aún cuando nunca subió al carro, aquel varón de los tacones fue nuestro pasajero el resto del viaje. no hablo de las tres de la madrugada, de un desolado callejón en el rincón más inhóspito del oeste de la ciudad. eran las siete de la noche, en una concurrida calle, a escasos metros de plaza venezuela, de su tránsito peatonal y el rugido de sus carros. 

como nota aparte, más adelante, presenciamos la típica escena del carro que cambia de canal en una cola y el motorizado que le manotea el retrovisor por el imperdonable crimen de hacerle disminuir la velocidad. algo positivo, si lo hay, es que detrás de la serpiente (como leí en un libro de héctor torres), venía un hombre-en-moto. y digo hombre-en-moto y no motorizado, porque el primero es un ser humano que se transporta en un vehículo automotor de dos ruedas, mientras que el segundo es una república autónoma que fabrica su propia ley. es una fuerza indetenible de la naturaleza que destruye sin ofrecer más disculpas que las de un ciclón a los poblados que arrasa. luego de haber visto lo ocurrido, el hombre-en-moto se detuvo a colocar el espejo en su lugar. "gracias, chamo", dijo alguien. 

al mirar por el retrovisor aquel encuentro del travesti con puños desconocidos, me siento muy mal por no haber hecho un esfuerzo. por insignificante que pudiera parecer, un grito, una piedra, un cornetazo, hubieran podido corregir la situación. no lo sé. aún peor me siento al tener la certeza de lo que hubiese ocurrido de haber intentado algo estúpido. pero lo que me hace sentir realmente miserable, es que ese sentido de autopreservación ha terminado convirtiéndome en eso que dicen que es el hombre: un animal de costumbres. y así, me acostumbré a bajar la cabeza para que el matón no me extienda su cortesía. me acostumbré a no responder al ataque verbal de un oficial de la ley y el orden, a obedecer cuando el motorizado y su corneta me ordenan no cambiar de canal. a aceptar que esto se lo llevó quien lo trajo y que esto se cuenta y no se cree. me acostumbré a volver a casa para alejarme del lugar donde vivo. 



- entonces no, reina. no es la política. donde tú y yo vivimos, lo que nos mata el alma y la vida siempre ha sido y será el prójimo. y éste soy yo respondiendo a tu pregunta.
- gordo, la próxima hazte el güevón y no me contestes. ¿va? 
- va.

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