martes, 21 de junio de 2011

a combate

y de pronto me vi allí, de cara al suelo, a poco de ahogarme en un charco de mi propia sangre y saliva. el cuerpo entumecido por completo, las neuronas incapaces de sinapsis y los sentidos adormecidos. me vi allí. sin siquiera poder gemir ante la furibunda multitud que hacía estremecer la tierra a gritos.

en una mazmorra tan reducida como mis ganas de abandonarla, me hallaba escuchando órdenes de último minuto. esas mismas instrucciones que, en el mejor de los casos, me permitirían volver con vida y disponer de un día más. un día más para... qué sé yo. tan solo un día más.

afirmativo, contesté al anciano. todo estaba claro. "ahora necesito unos instantes a solas". su mirada se quejó, pero se levantó sin emitir sonidoalguno, mientras una profecía dejaba caer un trapo al piso.

por fin.

tuve tiempo de estar a solas con mis miedos, pensamientos que se sucedían como diapositivas en una cabeza perfectamente redonda y sin magulladuras. dicen que antes del final, vemos la vida pasar como ráfaga frente a los ojos. los míos estaban fijos en una pared blanca. mi hasta entonces hiperactiva conciencia mimetizó con el muro.

pensé en mi madre. seguro estaba en casa frente a la radio aunque odiase a aquel aparato demoníaco, portador de malas noticias. esas que llegarían para confirmar sus supersticiones. cerré los ojos para oírla llorar. ella, a mil kilómetros, se enteraba del bombardeo, mientras su retoño se pudría a pedazos. el hedor a carne y metralla.

quise escapar pero mi valiente cobardía no me permitió moverme. una mano fría me tomó del codo y me levantó de la silla. era el viejo. el plomo en mis venas me impedía subir los brazos. "es el peso del miedo", susurré inaudible y no me equivocaba.

mis manos, mis armas se arrastraban rayando el piso. mientras me dirigía al matadero, escoltado por un puñado de hombres uniformados y ángeles despampanantes, cruzó por mi cabeza una bala: la esperanza. esa irresponsable idea de que no hay que temer sino al miedo, me llevó a empellones por el pasillo a enfrentar mi guerra. las estadísticas demográficas ya no hablaban de mí.

un agudo sonido metálico daba inicio a la fiesta del fin. la sedienta multitud clamaba sangre y yo danzaba a su ritmo entre estupor y transpiración. dentro de aquellas 12 cuerdas de cuadrilátero, el circo más cruel arrancaba su faena. mi trapecio derecho volaba como mariposa, mientras el izquierdo picaba como abeja, como lo habría hecho muhammad.

cada ataque quebraba mis falanges suicidas. kamikazes de hueso enviados a morir caían ahora como moscas. los tanques enemigos reprimieron el motín con apenas esfuerzo. la misión de matar, esquivar y no morir culminaría pronto. fue un KO fulminante.

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