Para
el mundo del tenis nació en Caracas pero para Venezuela, con sus contadísimas
excepciones, a Garbiñe Muguruza la trajo la cigüeña de parís el 28 de mayo de
2014. Cuenta la leyenda que los niños al nacer vienen con un pan debajo del
brazo. Garbiñe llegó con un tesoro, un triunfo a un país ávido de ellos: la
hispanovenezolana derrotó a la número 1 del mundo en uno de los torneos más
prestigiosos del deporte blanco, el Roland Garros.
Pero
no solo venció a Serena Williams. La pupila de Alejo Mancisidor y 35 del
ranking mundial de la WTA, destruyó con su drive a la norteamericana sin
dejarla encontrar nunca su juego. En la cancha Suzanne Lenglen, la
estadounidense fue víctima de cinco rupturas de servicio, algo inaudito,
casi increíble.
“¿Y en serio Marviña es
venezolana? – Garbiñe - Bueno, ella – Sí. Nació en Caracas”.
Y con la velocidad de un
primer servicio a la “T”, la representante española en el torneo se transformó
en nuestra Garbiñe, la caraqueña, la venezolana, el orgullo
nacional, la chama que come arepas en la candelaria mientras baila joropo y
teje una hamaca. La vinotinto, ¿sabes? Bueno, acaba de ganarle a la número uno
del mundo.
¡Todos
somos Gabriela! – Garbiñe – Bueno, ella.
Y
escucha uno cosas como "lo de esta muchacha es un hito, pues nunca antes
un tenista venezolano venció al número 1 del ranking. Ni siquiera a un top ten",
ignorando que en 1996, cuando Muguruza recién agarraba su primera raqueta,
Nicolás Pereira derrotó al mejor de la ATP, el austríaco Thomas Muster en el
abierto de la Serie Masters de Key Biscayne. No solo eso, entre sus víctimas se
encuentran Stefan Edberg (tercero del mundo en 1989) y la leyenda Boris Becker
(quinto del ranking en 1996).
Pero
lo pasado se pisa y se olvida. ¿Para qué es necesario saber, no mucho, algo
acerca del tenis nacional? ¿para que saber quién es Nicolás Pereira, por
ejemplo, si podemos asistir al nacimiento instantáneo de una nueva estrella
nacional? Para quien escribe, y a riesgo de encender las alarmas nacionalistas,
es preferible apostarle a Sharapova o Dementieva que montarse en la guagua de
"nuestra" Muguruza sin pagar. Puede verlo como pastelerismo, pero es
una cuestión de respeto. “Pero ella nació acá y sus hermanos y su viejo viven
en Caracas…” ¿y qué? Nicolás Pereira, el más grande representante del tenis
nacional es uruguayo de nacimiento. De Salto, para ser exactos. Pero no veo a
nadie más citando ese dato innecesario.
Garbiñe
Muguruza nació en Caracas, Venezuela el 8 de octubre de 1993 y de allí se
marchó junto a su madre, con apenas 6 años, a Barcelona en 1999. De la mano del
guipuzcoano Alejo Mancisidor, se hizo tenista mientras Venezuela se hizo…
digamos que cambió de manera dramática. Si bien la jugadora admite venir con
relativa frecuencia de vacaciones al país, nunca lo hace con miras a entrenar
en nuestras modernas instalaciones de última generación. Esa que llaman generación
de oro.
Está
además el tema político. Todo lo nuestro no es nuestro, sino de “ellos” o
“nosotros”, pero nunca de todos. Y salen afectos al gobierno a clamar por esta
joven, digna representante de la revolución bolivariana. Tampoco falta quien recuerda
que la chica se fue con la llegada de Hugo Chávez al poder. Y entonces, Garbiñe
pasa a segundo y tercer plano. Peleamos por ella como por un barril de
petróleo, una cosa cuya importancia reside no en su valor intrínseco, sino en
el rédito que podemos obtener de su explotación.
Todos
sabemos que el cacao es originario de América pero no por ello llamamos
americano al chocolate suizo. De manera similar, Muguruza nació en Venezuela,
fue exportada y afuera se refinó en lo que hoy es: una tenista de clase
mundial. De allá, no de acá. Parece un ejemplo bastante ridículo pero se ajusta
bien a la ridícula situación.
Ahora
bien, cuando digo que la chica no es de acá sino de allá, no se trata de
xenofobia, como me han apuntado anteriormente al hablar sobre el tema. Legalmente,
ella es tan venezolana como española. No se trata de odio hacia lo
extranjero, nada más alejado de ello. Se trata, en cambio, de una aversión por
ciertas mañas locales, propias de esa viveza criolla que tanto mal nos ha hecho.
Nos convertimos en un gentilicio
oportunista y malandro cuando espetamos el "¡quieta! dame tus logros y
todo lo que tengas. Ahora son tuyos y míos. Y no me veas la cara, que te
quiebro”.
Un
caso que me viene a la mente es el del futbolista Jeffren Suárez. En 2006, tras
proclamarse campeón mundial sub 19 con España, junto a Juan Mata y Gerard
Piqué, Venezuela entera, en un solo grito, reclamó infructuosamente a “nuestro”
Jeffrén, a nuestro campeón para la Vinotinto. El de Cuidad Bolívar declinó la
invitación a convertirse en uno de los lanceros de Páez y hoy muy poca gente lo
recuerda o si quiera tiene ganas de verlo vestir nuestros colores. Aún cuando
en 2013 se mostró interesado en vestirse con el tricolor y las ocho estrellas
nacionales, el asunto de su “venezolanidad” por nacimiento ya no interesa.
Casos
como el de Massimo Margiotta, en la época de Páez, o Amorebieta y los Feltscher
en la era Farías, son claro testimonio de que la vuelta a la patria es algo
posible y positivo. Eso sí, siempre y cuando se le ofrezca al deportista una
oportunidad para crecer. En el caso del fútbol, si bien no se ofrecen
instalaciones decentes ni amistosos con países de alto vuelo, al jugador se le
ofrece la oportunidad de jugar internacionalmente, contra países sudamericanos de
juego vistoso además de, y ni falta hace decirlo, poder enfrentar a los
campeones mundiales de Argentina y Brasil. Se les da una oportunidad, por muy
remota que sea, de asistir a una copa del mundo como titulares y posibles
héroes nacionales.
Volviendo
a Garbiñe, por un lado está la Federación Española de tenis que le ofrece incentivos,
instalaciones, entrenamiento, fogueo a nivel internacional, un plan de
entrenamiento y, lo que no es poca cosa, calidad de vida. Por el otro, el
Ministerio del Poder Popular para el Deporte que, si bien desde hace algún
tiempo hace las diligencias pertinentes para atraerla, solo ofrece dinero a una
jugadora que, en lo que va de año, acumula ganancias por más de $380.000. Entonces,
¿qué ofrecemos realmente, aparte de nada?
Repatriar
a Muguruza, a diferencia de lo que creen muchos, no se trata de ofrecerle un
hogar que no tenemos. Es, sin eufemismos patrioteros de por medio, darle dinero
(que no necesita) para que siga entrenando afuera como siempre lo ha hecho y
nos pague una visita en la Copa Federación.
Y así, mientras la española de origen
venezolano se abre paso en tercera y avanza a cuarta ronda del Grand Slam,
medios locales se cubren las espaldas dependiendo del resultado: CARA A:
“tras un reñido match, la venezolana se alzó con la victoria”. CARA B: “tras un
reñido match, la española no pudo con su rival”. Y ponemos a Muguruza en una
situación de la cual ni siquiera es consciente: la de jugarse la nacionalidad
venezolana contra la francesa Parmentier. De perder, esta tierra probablemente
no la mencionaría más.
Gente
que nada tiene que ver con la decisión (me incluyo), debate entre el país que
debería escoger la tenista. “Pero en momentos tan difíciles, ¿Cómo le pides a la gente
que no se aferre a algo parecido a una buena noticia? Quizás sirva para
inyectarle competitividad a la disciplina”. Incapaces de construir nuestras
propias “buenas nuevas”, somos
el compañero de estudios que aparece cuando todo el trabajo está hecho para
recibir la misma estupenda calificación que el resto.
Deseo aclarar (y para que el lector no se
sienta atacado) que no me refiero tanto al público venezolano como a los medios
de comunicación e instituciones públicas y privadas, pues es innegable que al
venezolano de a pie le hacen falta todas las alegrías que la vida pueda
regalarle. Si Garbiñe Muguruza era, hasta hoy, una total desconocida para el
venezolano, es precisamente porque aquellos con el poder de darle cierta
exposición nunca lo hicieron. Nunca se tomaron el tiempo de hacerle
seguimiento, transmitir o informar que al otro lado del charco existía una
caraqueña con potencial de alegrar a esta región del Caribe.
Realmente durante estos años pasados, es
poco o nada lo que pudo haber hecho el común de la gente para atraer a una
compatriota foránea, es más, el verdadero lobby se está haciendo desde las
redes sociales con las expresiones de cariño que desde su computadora o
teléfono le hace cada quien. Pero se nos ha enseñado (y hemos decidido aprender)
la solución fácil, la de apostarle al ganador justo después de cruzar la meta.
No
comulgo con el secuestro de éxitos, con el robo de méritos ni con la
nacionalización inmediata y forzada de ese barril de buen tenis que tan alto se
cotiza por estos días. Cuando llegue el momento, si decide
hacerse "nuestra" y compartir su éxito sea bienvenida ella y
agradecidos nosotros. Si se decanta por España, que lo de Garbiñe no se
pierda, que no la olvidemos a ella como tenista, ni a nosotros como sus
compatriotas.
Publicado anteriormente en Letrasdeporte (6/4/2014)